Relatos Mágicos

El Páramo de la Bruja.

Se acercó a la jaula y observó a la criatura que había encerrada dentro. La niña no parecía estar tan aterrorizada como esa situación requería, y eso hizo que la bruja sonriera.
Quedaban muy pocas, demasiado pocas. Antes habían sido una horda, mujeres independientes e inteligentes que renegaban de estar a merced de un hombre, mujeres que conocían la naturaleza y sus secretos, que se transmitían una sabiduría ancestral que había hecho palidecer a sabios y reyes. Mujeres que habían empleado ese poder para ayudar a quien lo necesitara, o para condenar a una muerte lenta a los malvados. Libres, locas y fuertes, las llamaron brujas. Y por brujas las persiguieron y las mataron de las formas más horribles. Ellas se defendieron, oh sí, pero al final el miedo fue imponiéndose entre la gente, dejaron de apoyarlas y ayudarlas y empezaron a señalarlas.

Los rumores de que eran seres venidos del inframundo para aniquilar a la civilización de bien se fueron extendiendo, y tuvieron que esconderse. Quedaban muy pocas, y las pocas que quedaban eran repudiadas, condenadas a la soledad y señaladas como seres infestos. Aunque ellas lo preferían así, y quien se acercara a sus dominios solo encontraría la muerte.

 

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La bruja miró a la niña en la jaula. Aquella era la única forma de preservar la magia. Ellas ya no podían engendrar, así que se llevaban a las hijas de otras mujeres y las sometían al Ritual de Iniciación. Si sobrevivían, los conocimientos de la naturaleza les pertenecerían para siempre. Si la debilidad del mundo las había invadido, morirían.

Pero aquella cría era diferente, podía verlo en sus ojos. Hacía mucho tiempo que no veía ese brillo en los ojos de nadie, salvo los suyos mismos. Esa niña era especial.
Acercó a la jaula la Flor de la Iniciación. Debía mojar los labios en el néctar, tan venenoso que podría matarla en cuestión de segundos, a no ser que su espíritu fuera el de una bruja. El intenso resplandor de la flor iluminó la cara de la niña, y la bruja estuvo aún más segura de que iba a funcionar.

-Bebe. -le susurró.

La pequeña abrió la boca y unas gotas de néctar cayeron en sus labios. Se puso pálida, su ojos se abrieron de par en par y luego se cerraron. De pronto, la luz de la luna iluminó directamente la jaula, y pudo ver que los ojos de la niña volvían a estar abiertos y la miraban fijamente, como si la reconociera.
La bruja sonrió de nuevo y abrió la jaula. De la mano y bajo la luz de su madre Luna, recorrieron el camino hacia la cabaña y desaparecieron en su interior.

 

Modelo principal y texto: @la_artrodesis_de_lothien

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